Si has caminado por las calles de Burdeos, Bayona o incluso París, seguro que has visto a personas mayores, jóvenes, artistas y hasta campesinos con una pequeña gorra de fieltro, redonda y sin ala, sentada justo encima de la cabeza. Esa es la boina. Y no es solo un accesorio. Es una declaración. Una que ha sobrevivido a guerras, revoluciones y tendencias pasajeras. Pero ¿por qué los franceses llevan boinas? No es por moda. No es por azar. Tiene raíces profundas, y no todas son lo que crees.
Orígenes en los Pirineos, no en París
La boina no nació en los cafés de Saint-Germain. Nació en los pueblos de los Pirineos, entre Francia y España, hace más de 500 años. Los pastores y trabajadores rurales de la región de Navarra y el País Vasco la usaban para protegerse del frío y la lluvia. Era barata, fácil de hacer, y se ajustaba bien bajo el sombrero de paja en verano o bajo el abrigo en invierno. El fieltro, el material principal, retiene el calor y se seca rápido. Ideal para quien pasa horas al aire libre.
Con el tiempo, los trabajadores vascos y navarros que migraban a las ciudades francesas del suroeste llevaron la boina consigo. En los años 1800, ya era común en regiones como Aquitania y Midi-Pyrénées. No era un símbolo de elite. Era un objeto de uso cotidiano, como una camisa o un par de botas.
La boina se convirtió en símbolo militar - y luego en rebelde
En 1800, el ejército francés adoptó la boina como parte del uniforme de sus tropas de montaña. Los chasseurs alpins, los soldados especializados en combate en terreno difícil, la usaban por su practicidad. No se enganchaba en las ramas, no se perdía con el viento, y no reflejaba luz como un casco metálico. Era silenciosa, funcional, y se volvió parte de la identidad de estos soldados.
Después de la Primera Guerra Mundial, los veteranos volvieron a sus pueblos llevando la boina como un recuerdo de su servicio. Y aquí viene lo interesante: en los años 1950 y 60, los estudiantes, artistas y revolucionarios la adoptaron. Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, y hasta los jóvenes de Mayo del 68 la usaban. No porque fuera elegante, sino porque era anti-establishment. Mientras los hombres de negocios llevaban sombreros de fieltro con ala, los rebeldes llevaban la boina, sin adornos, sin pretensiones. Era la antítesis del lujo. Era autenticidad.
La boina no es un disfraz, es pertenencia
Hoy en día, si ves a un francés de 70 años con boina, no lo confundas con alguien que está haciendo un disfraz de “estilo francés”. Esa persona probablemente nació en un pueblo donde su abuelo la llevaba. Es parte de su identidad local. En algunas zonas rurales, aún se teje en casa. Se pasa de generación en generación. No se compra en una tienda turística. Se hereda.
En las ferias de productos locales, en los mercados de Saint-Émilion o en las fiestas de San Juan en Biarritz, aún ves a hombres y mujeres mayores con boinas de lana gruesa, de colores oscuros o rojos. No es una elección estética. Es una elección cultural. Es decir: “Soy de aquí. Mi familia estuvo aquí. Esto es lo que usamos”.
¿Y por qué no se usa tanto en las ciudades hoy?
La boina no desapareció. Se volvió más selectiva. En París, Lyon o Marsella, la ves más en artistas, escritores, músicos o personas que quieren transmitir una idea: que valoran lo auténtico, lo antiguo, lo hecho a mano. No es un accesorio casual como una gorra de béisbol. No se pone para ir a hacer la compra. Se pone con intención.
Los jóvenes que la usan hoy no lo hacen por nostalgia. Lo hacen porque la boina representa una resistencia a la uniformidad. En un mundo donde todos llevan gorras de marcas deportivas, la boina es una declaración de individualidad. Es una forma de decir: “No necesito logotipos para ser yo”.
La boina y el mito del “francés estereotipo”
El estereotipo del francés con boina, pipa y berenjena bajo el brazo es una invención de las películas americanas de los años 50. Los estadounidenses querían un “francés típico”, y la boina era visualmente distintiva. Pero en Francia, esa imagen nunca fue real. Nunca fue común en toda la población. Siempre fue regional, y siempre fue de clase trabajadora.
Lo que sí es cierto es que la boina fue uno de los pocos accesorios que nunca fue comercializado como moda de masas. No la venden en Zara. No la promocionan en Instagram. No tiene colecciones de otoño. Y por eso, sigue siendo auténtica.
¿Dónde se hacen las boinas auténticas hoy?
Las mejores boinas francesas aún se fabrican en pequeños talleres. El más famoso es Béarn, un taller fundado en 1870 en la ciudad de Pau, en los Pirineos. Allí, los artesanos usan telares manuales y lana de oveja local. Cada boina tarda entre 8 y 12 horas en hacerse. Se lava a mano, se seca en forma, y se moldea con vapor. No hay dos iguales.
Otro nombre clave es Bonnat, una marca que desde 1860 produce boinas para el ejército francés y para coleccionistas. Sus boinas tienen un pequeño botón en la parte superior, una marca de calidad que se mantiene desde el siglo XIX.
En España, también hay talleres en Navarra y Guipúzcoa que hacen boinas idénticas a las francesas, porque la tradición es compartida. La diferencia no está en el diseño, sino en quién la lleva y por qué.
La boina hoy: un objeto de resistencia cultural
En un mundo donde todo se vuelve tendencia y luego se desecha, la boina sigue siendo lo que siempre fue: un objeto duradero, útil y cargado de historia. No se usa porque esté de moda. Se usa porque tiene significado.
En Francia, llevar boina no es una elección de estilo. Es una elección de pertenencia. Es decir: “Soy de una tierra donde la gente trabaja con las manos. Donde el tiempo se mide en estaciones, no en likes. Donde lo antiguo no es obsoleto, es sabio”.
Si ves a alguien con boina hoy, no lo juzgues por lo que parece. Pregúntate: ¿qué historia lleva en la cabeza?
¿La boina es solo francesa?
No. La boina tiene orígenes vascos, compartidos entre el norte de España y el suroeste de Francia. En ambos lados de los Pirineos, se ha usado durante siglos por pastores y trabajadores. Hoy, aún se lleva en regiones como Navarra, Guipúzcoa, y los Pirineos franceses. No es exclusiva de Francia, pero sí es más visible y simbólica allí.
¿Se usa la boina en otros países?
Sí, pero con significados distintos. En Irlanda, se usa como parte del uniforme de algunas bandas militares. En el norte de África, se conoce como “chechia” y se lleva en Marruecos y Argelia, pero es de seda y más colorida. En México, se usa en algunas regiones como parte del traje regional. Pero ninguna tiene la misma carga cultural que la boina francesa o vasca.
¿Por qué la boina no se ha vuelto moda global?
Porque no se diseñó para ser moda. Es un objeto funcional que se ha mantenido por tradición, no por marketing. Las marcas de moda intentaron comercializarla en los 90 y 2000, pero fracasaron. La boina auténtica no se vende en tiendas de cadena. Si la compras en un mercado turístico, probablemente sea barata, hecha en China, y sin historia. La auténtica se hereda o se compra directamente de los artesanos.
¿Qué materiales se usan en una boina auténtica?
La boina tradicional se hace con fieltro de lana de oveja, generalmente de la raza Merino o de ovejas locales de los Pirineos. La lana se lava, se carda, se peina, se feltra con agua caliente y se moldea a mano. Algunas versiones modernas usan mezclas con poliéster, pero las auténticas son 100% lana. El peso varía entre 180 y 250 gramos, lo suficiente para mantener el calor sin ser pesada.
¿Cuánto cuesta una boina auténtica hoy?
Una boina hecha a mano por un artesano francés o vasco cuesta entre 60 y 120 euros. Las de marcas como Béarn o Bonnat pueden llegar a 150 euros. Las que se venden en tiendas turísticas por menos de 20 euros son industriales, de baja calidad, y no duran más de un año. La diferencia está en la materia prima, el tiempo de fabricación y la historia detrás.